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La fiebre, otra forma de defenderse que tiene nuestro cuerpo

La fiebre tiene muy mala fama. Muchas veces intentamos eliminarla. Sin embargo, no es más que una forma del cuerpo de responder a asaltos externos. Gracias a la fiebre se evitan muchas infecciones, tanto víricas como bacterianas. Vamos a explicar cómo se produce, cómo se trata y cuándo debe tratarse. Pero ojo, esto es una guía orientativa general, por lo que el médico es quien debe ayudarnos a tomar decisiones en caso de dudas.

LA FIEBRE,

                                una de las formas en las que nuestro cuerpo nos ayuda.

 

¿QUÉ ES LA FIEBRE?

El diccionario la define como “el fenómeno patológico que se manifiesta por elevación de la temperatura normal del cuerpo y mayor frecuencia del pulso y la respiración.”(1)

La temperatura del cuerpo humano sano suele estar alrededor de los 36-37º C. Podemos considerear fiebre cuando nuestro cuerpo eleva su temperatura corporal. Suele considerarse que hasta 37,5º es febrícula y, a partir de ahí, fiebre. Hay muchos médicos que aumentan la diferencia entre fiebre y febrícula a los 38º C (personalmente, la creo más acertada).

Hay que tener en cuenta que los bebés están creciendo, su temperatura corporal es algo más elevada que la de los adultos por el importante consumo energético que tiene su metabolismo, por lo que es normal que esté unas décimas más elevadas que en un adulto.

La temperatura suele ser más baja antes del amanecer y la más alta, alrededor del mediodía. A la hora de medirla también hay variaciones y una medida rectal suele dar valores más altos que en la piel. Lo más conveniente es medir la temperatura en la boca o en la axila.
 

¿POR QUÉ, CÓMO Y DÓNDE SE PRODUCE LA FIEBRE?

Como muchas veces explico en el mostrador, nuestros cuerpos no son perfectos (y no me refiero al aspecto físico, sino al funcionamiento de los distintos órganos...), pero sí que están a años luz de lo que el hombre es capaz de crear por ahora.

Una de las formas de defenderse de las infecciones que nos rodean en nuestro día a día es la fiebre. Así, cuando un patógeno (un virus, una bacteria o un hongo) supera las primeras barreras defensivas y consigue entrar en nuestro cuerpo y empieza a reproducirse, el cuerpo aumenta la temperatura para frenar ese crecimiento. Un ser humano puede aguantar unas horas a más de 40ºC. Una infección se ve seriamente atacada a esa temperatura, frena su progresión, puede morir y es más fácilmente atacada por el sistema inmunitario, es decir, nuestras defensas se comen (literalmente) la infección. Si disminuimos la fiebre porque sí, lo que hacemos es ayudar a la infección a propagarse y mantenerse en nuestro organismo.

Así que ya sabemos, se produce fundamentalmente para frenar una infección. Aunque también se ve afectada por la toma de sustancias (pirógenos o anfetaminas, por ejemplo, la suben) y del entorno: un golpe de calor o una ola de frío harán que nuestro cuerpo pueda no adaptarse del todo y suba o baje, respectivamente, la temperatura.

El termostato de nuestro cuerpo es el hipotálamo, a donde llegan sustancias llamadas pirógenos desde distintas partes del cuerpo donde se ha detectado una infección para subir la temperatura y ayudar a combatir la infección. Por eso la fiebre en niños es más frecuente: su sistema inmuno aún no “conoce” a las sutancias extrañas y propias, por lo que se dispara maś veces la señal de alarma.

Un exceso de temperatura puede ser un problema. A veces, cuando pasamos de 40-41ºC, algunas proteínas o grasas del cuerpo pueden dejar de funcionar bien (recordemos que están hechas para funcionar a 37ºC) y entonces se pueden producir los efectos más dañinos de una fiebre, pero no suelen darse nunca a menos que la edad sea muy pequeña (menos de un año), la fiebre alta (más de 40ºC) y durante bastante tiempo (6 o más horas). Desde necrosis hasta infartos, pasando por ataques epilépticos son las consecuencias más graves que podrían ocurrir. Hay que recordar que son pocos casos los que se dan, ínfimos, podríamos decir, en comparación con los casos de fiebre que se dan cada día a nuestro alrededor.

Como precaución, debemos tener en cuenta que todo menor de 3 meses con fiebre de 38ºC o más debe acudir al médico. Si tiene 6 o más meses, podemos esperar a los 39ºC. Y, a partir de los 18-24 meses, son 40ºC los que deben empezar a preocuparnos si no hay más síntomas.

 

¿CÓMO TRATAR LA FIEBRE?

Lo primero que debemos saber recordar es que (salvo una minoría de la población -alrededor del 0,5 % de la población son médicos, alrededor del 1 % contando a enfermeros, según el INE de 2013-) no somos médicos y son ellos los que saben cuándo, cómo y con qué tratar la fiebre. Claro que todos conocemos los antipiréticos (metamizol, ibuprofeno, paracetamol, ácido acetilsalicílico...) y sabemos que pueden bajar la fiebre. Pero no siempre sabemos cuál debemos usar, en qué cantidad, con qué frecuencia o si es más conveniente dejar al cuerpo defenderse con su fiebre y evitar así una infección a la que ayudaríamos si diésemos antipiréticos antes de tiempo.

Demasiadas veces he oído: “Yo lo conozco y sé que tengo que bajarle la fiebre antes de que llegue a 37,5ºC porque luego le viene la infección y las placas”. Pues probablemente, si no bajases la fiebre de 37,5ºC y dejases al cuerpo defenderse, no habría necesidad de usar antibióticos (lo digo por experiencia, dos veces antibióticos recetados a mi hija de 21 meses, ninguna vez tomados por dejar a la fiebre actuar). Más vale esperar un par de días malos sin necesitar antibióticos a estar una semana tomándolos sin pasarlo tan mal. Según la OMS, la principal causa de cefalea secundaria es por consumo excesivo de este tipo de fármacos(2).

En cualquier caso, para tratar la fiebre, los primeros pasos son medidas correctoras: hidratar, no abrigar y ventilar la habitación. Aunque parezca horrible para muchos padres, un niño con fiebre alta está mejor en una habitación a 18ºC que a 24ºC.

Lo siguiente serían los antitérmicos (elegidos y pautados por un médico):

1.- Empezando por el paracetamol, por ser el, generalmente, mejor tolerado y con menos efectos secundarios. La dosis depende del peso. Debemos tener en cuenta y NO OLVIDAR NUNCA que le paracetamol, aunque sea mejor tolerado, no quiere decir que no sea tóxico. De hecho, en el Reino Unido, entre los años 2000 y 2008, se ha producido alrededor de 100 muertes anuales por intoxicación con paracetamol(3). Muchos estudios (incluyendo una guía de la Junta de Andalucía(4)) recomienda no usar (a menos que lo indique el médico) paracetamol e ibuprofeno alternados, en contra de lo que la mayoría de la gente cree (o, al menos, me cuentan en el mostrador).

2.- El ibuprofeno no debe usarse en menores de 6 meses. Por cierto, hay que recordar, como bien hizo la boticaria García en su post (5), que la dosis ideal para el ibuprofeno es de 400 mg en adultos, no 600. Y por tanto, en menores debemos ajustar a las dosis medias recomendadas, no a las máximas. Porque, recordemos una vez más y, si es posible, repitamos todos juntos: el ibuprofeno es un buen analgésico para dolores leves o moderados. Y no, ese dolor de cabeza tan horrible que se nos pasa con ibuprofeno no es un dolor agudo ni grave, para eso el ibuprofeno no nos haría nada y tendríamos que recurrir a otros fármacos mucho más potentes, que para eso están. Así que, usar la dosis más alta posible de ibuprofeno no nos alivia mucho más y sí que nos aporta más efectos secundarios, que no siempre se ven, pero sí que están ahí. Es como fumar un cigarro. No se ven los efectos nocivos más allá de una simple tos, pero desde luego, nuestros pulmones, hígado y más órganos sí que sufren; lo mismo pasa con los medicamentos y los efectos secundarios, que no son siempre visibles y tenemos cierta tendencia a subestimarlos.

3.- El ácido acetilsalicílico, en dosis de 500 mg, sólo para adultos. La dosis es importante porque es un medicamento dosis dependiente, es decir, que actúa de una u otra forma en función de la dosis administrada. Así, 100-300 mg se usa como antiagregante plaquetario. De 400 a 600 mg, como analgésico antipirético y, a partir de 650 mg, en el tratamiento de ciertas enfermedades reumáticas.

4.- Metamizol. El conocido Nolotil, en supositorios o cápsulas. Dependerá del peso a administrar. Mucho ojo, porque, aunque no hace tanto daño al estómago, sí que encontramos muchas personas alérgicas a las pirazolonas (la familia a la que pertenece el metamizol) o personas a las que les puede provocar complciados efectos adsversos sanguíneos.

 5.- Hay más antipiréticos, pero mucho menos conocidos y usados para el tratamiento del a fiebre, generalmente de la misma familia que los citados, es decir, los AntiInflamatorios No Esteroideos (AINEs).

 

RESUMEN

Pues ya sabéis, la fiebre no es un enemigo, sino un amigo. Puede portarse mal a veces y ser “demasiado efusivo”, por lo que hay que controlarlo un poco pero, por lo general, ayuda mucho más de lo que puede perjudicar. Es como el mar, que no debemos tenerle miedo, pero sí respeto. Y también podemos compararla con un perro que juegue con un niño pequeño, que debemos vigilar continuamente sin alarmarnos sin motivo previo.

 

 

(1) http://lema.rae.es/drae/srv/search?id=N12P7ImcoDXX2kTS3fPt

(2) http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs277/es/

(3) http://www.patient.co.uk/doctor/paracetamol-poisoning

(4) www.juntadeandalucia.es/.../1337161173guias_salud_fiebre_infancia.pdf

(5) http://boticariagarcia.com/2014/06/18/dosis-de-ibuprofeno/

(*) http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/ency/article/003090.htm

(*) http://www.scientificamerican.com/article/what-causes-a-fever/

(*) http://www.nhs.uk/conditions/feverchildren/Pages/Introduction.aspx


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